Por Alexander von Rosenbach, fundador y director de Tómate el tiempo
Es difícil creer que la semana que viene cumplirás dos años. El día en que naciste parece que fue ayer. Eras tan hermosa e inocente. Estabas sana. Sabíamos que teníamos suerte. En esas primeras y preciosas horas de vida, dormiste profundamente sobre el pecho de tu madre. Te observé en la oscuridad, en silencio, con asombro.
Pero en algún momento de esos primeros momentos de paternidad, sentí un gran peso sobre mis hombros. Suena extraño decirlo, pero era una sensación intensamente física, no solo intelectual. Y me tomó por sorpresa: era el padre de una niña, y el mundo es una mierda para las niñas.
No es ningún secreto, por supuesto. Hombres como yo –blancos, educados, criados en un entorno privilegiado– han marginado a las mujeres desde siempre. A veces de manera consciente. A menudo de manera inconsciente, irreflexiva y descuidada. A veces con malicia. A menudo sin intención de causar daño, pero sin embargo infligiendo un daño permanente e irreparable. Hemos estado haciendo esto en nuestras propias familias, en nuestras propias comunidades, en nuestros lugares de trabajo y en el mundo en general. No hay forma de evitar la fealdad. Hombres como yo –padres como los suyos– han creado este mundo, y está plagado de injusticia de género.
Pero una cosa es conocer estos hechos y otra muy distinta es pedirte, hijo mío, que pases tu vida luchando contra estos hechos.
Podrías decirme que llego tarde a esta conversación. Tendrías razón. Podrías decirme que no debería ser tu nacimiento lo que provoque mi despertar moral. Y tendrías razón. Incluso podrías rechazar que utilice tu nacimiento en esta conversación, o considerarlo un gesto simbólico, o incluso poco sincero. Y eso sería justo. La responsabilidad de reparar este mal social recae en hombres como yo; a ti no se te ha preguntado si te gustaría desempeñar un papel.
Pero no puedo dar marcha atrás al reloj. Solo podemos avanzar. Tú, pequeño y fresco, con el mundo acechándote. Yo, tu orgulloso pero atribulado padre, sentado en un gran hospital en una gran ciudad en un gran país en un mundo grande y hambriento. Me pregunto si hay algo que pueda hacer para que este lugar sea un poco menos horrible para las mujeres.
Debes saber que nunca me he considerado una activista. No soy de las que se movilizan ruidosamente en torno a una causa. Soy más bien reservada por naturaleza, y mi formación académica me ha animado a sopesar y evaluar argumentos, a ser prudente en mis respuestas. Me digo a mí misma que es la actitud justa, no enredarme demasiado en una posición. Pero también es innegablemente la actitud segura. Me he estado protegiendo. ¿De qué? De tener que defender una posición. De que me cuestionen las ideas y los principios en torno a los cuales he basado silenciosamente mi vida.
Pero cuando naciste, me di cuenta de que tengo que hacerlo mejor. Puedo, por supuesto, seguir construyendo muros. Pero el impulso inevitable de tu vida te llevará más allá de los confines más alejados de mi protección. Rápidamente y de manera irreversible.
Si quiero que vivas en un mundo mejor y equilibrado, necesito unirme a ti en la lucha.
La buena noticia es que hombres como yo –padres como los suyos– podemos hacerlo mejor, porque todavía tenemos las riendas del poder. Tenemos acceso a las herramientas, los recursos, las redes y las oportunidades. No hay excusa para la inacción. Solo necesitamos la voluntad colectiva para cambiar.
Tienes razón en dudar. Los hombres como yo somos los que más tenemos que perder con el cambio social. Llevamos generaciones luchando con uñas y dientes por la igualdad de la mujer, sin ceder nunca ni un centímetro de terreno de forma voluntaria. Por tanto, sería ingenuo pretender que no habrá oposición.
Pero creo que esta generación de hombres quiere romper con el pasado. He leído las encuestas y las investigaciones que demuestran que esta generación de hombres cree en la igualdad. He visto a millones de hombres marchar por las calles hombro con hombro con las mujeres de su vida, alzando la voz por la igualdad. Creo en los hombres que conozco –mi familia, mis amigos, mis colegas y mi comunidad– cuando me dicen que quieren vivir en un mundo equilibrado.
Ahora bien, la pregunta es: ¿podemos convertir el pensamiento en acción? ¿Tenemos la voluntad colectiva para generar cambios?
A nuestra manera, tu madre y yo ya hemos transformado nuestras vidas. Antes de que nacieras, tomamos la decisión (intencionadamente y no sin un coste) de asegurarnos de que ambas pasáramos un tiempo considerable en casa cuidándote. Tu madre se tomó la licencia por maternidad y luego volvió a trabajar mientras yo me tomaba un tiempo libre de mi carrera para estar contigo. En un principio, habíamos planeado que yo me quedara dos meses, pero por casualidad y por circunstancias, se convirtieron en nueve meses.
Ese tiempo fue un regalo. Aprendí que la mayor alegría de la paternidad es estar presente mientras exploras el mundo. Escuchar tu primera risa me hizo llorar. Verte sentir la hierba entre los dedos de los pies por primera vez, mientras caminabas en pequeños círculos felices, riendo con deleite, es un momento que nunca olvidaré. Cada día descubrí nuevas formas de hacerte reír y sonreír. Ese es nuestro vínculo.
Este tiempo en casa también me ha convertido en un padre más seguro. Entiendo perfectamente lo que implica cuidarte tanto física como emocionalmente. Consolé tus lágrimas mil veces. Estuve allí cuando te golpeaste la cabeza en el tobogán, cuando viste a mamá salir a trabajar por las mañanas y cuando te daba miedo la oscuridad y llorabas por la noche. Nos consolamos mutuamente; sin palabras, pero con abrazos y caricias. Este también es nuestro vínculo.
Todo esto me convirtió en una pareja más equitativa para tu madre. No estamos en perfecto equilibrio, pero estamos avanzando cada día. No hay sensación de que tu madre sea la "madre más natural" o que tenga un "instinto maternal" más fuerte. Descubrí que la crianza de los hijos es simplemente una habilidad que requiere tiempo y estar presente con tu hijo. Por supuesto, tu madre y yo tenemos diferentes estilos de crianza. Somos personas diferentes.
Pero diferente no significa desigual.
En algún momento del camino, me di cuenta de que todo esto –la fuerza de mi vínculo contigo, mi confianza como padre y el equilibrio en nuestro hogar– Fue el producto directo de mi tiempo fuera del trabajo. Me obligó a aprender a cuidarte de verdad. Le permitió a tu madre seguir desarrollando su carrera. Nos desafió a encontrar formas de redefinir las responsabilidades del hogar. No fue fácil tomarnos el tiempo, pero fue vital. Hizo que nuestro mundo privado fuera un poco más equilibrado.
Y entonces me di cuenta. Tal vez pueda ayudar a otros hombres como yo, padres como yo, a lograr el equilibrio en sus propias vidas. Tal vez pueda ayudar a hombres como yo a convertir esos pensamientos de igualdad en acciones. Si los ayudo, ¿te ayudaría a ti, mi amorcito? ¿Eso haría que tu mundo fuera un poco más equilibrado? ¿Más igualitario? Me digo a mí mismo que es posible.
En esencia, eso es lo que Tómate el tiempo Sí, quiero que más padres se tomen la licencia por maternidad porque es una experiencia alegre que cambia la vida por sí misma, pero tiene otro lado que espero que toque profundamente el corazón de la injusticia de género.
Quiero que crezcas en un mundo en el que ambos padres asuman la misma responsabilidad por el cuidado de un niño. En el que tanto papá como mamá aprecien plenamente las exigencias físicas y mentales de la paternidad. En el que las mujeres y los hombres puedan seguir una carrera sin miedo a ser penalizados o marginados si quieren formar una familia. En el que sea normal y esperado que hombres como yo –padres como los tuyos– salgan a caminar bajo el sol con un bebé envuelto cómodamente en un portabebés alrededor del pecho. Solos. Un día de semana. Ese será un mundo más equilibrado.
Sé que alentar a más hombres a tomar licencia por paternidad es solo una pequeña parte de este rompecabezas, pero es Una pieza del rompecabezas. Y es una pieza del rompecabezas en la que puedo trabajar con pasión y honestidad.
Tú, mi pequeña niña, me has dado la fuerza y la inspiración para empezar. Mi objetivo es cambiar una mente a la vez. Espero que esta misión te haga sentir orgullosa. Espero que sea una respuesta a mis propios miedos e inseguridades. Y lo más importante, espero que te ayude a crecer en un mañana que sea un poco mejor que hoy.
Amor, tu padre,
Alejandro