Por Rodrigo Barraza, codirector para las Américas, Fondo Global para la Niñez
Nota del editor: esta publicación también está disponible en inglés.
Para muchos hombres y niños de América Central, el cuidado sirve como una vía para ejercer poder sobre los demás. La nueva campaña mediática de GFC “cuidar-nos hace bien” alienta a los niños y jóvenes a repensar los cuidados desde una lógica de corresponsabilidad, apoyo integral y empatía.
Casi desde el momento en que nacen, a muchos niños se les enseña que el cuidado equivale al control, la provisión y la protección.
Para estos niños y los hombres en los que se convierten, cuidar significa mandar. Bajo esta idea, el hombre brinda cuidados como el “jefe de familia”, el que siempre tiene la última palabra, el que toma las decisiones solo y sin ayuda. Para cuidar, muchos hombres necesitan tener siempre todas las respuestas y no dudar ni un segundo de ellos mismos y de sus acciones.
Según los valores masculinos tradicionales, el cuidado también puede justificar el uso de la violencia. Los hombres pueden caer en la trampa de pensar que saben lo que es mejor para las personas que cuidan, por lo que no deben dudar en tener “mano dura” si alguien no actúa de acuerdo con lo que ellos creen que es correcto. “Lo hago por tu propio bien. Un día, me lo agradecerás”. Lamentablemente, muchos de nosotros hemos escuchado esto en algún momento de nuestras vidas.
Esta visión tradicional del cuidado masculino otorga poder a los hombres. Les permite ejercer dominio sobre los demás con el pretexto de cuidarlos. Les permite sentirse invulnerables.
Para las mujeres, en cambio, el cuidado se ha asociado tradicionalmente con la crianza de los hijos y las tareas del hogar, tareas con poco o ningún reconocimiento económico o social.
El cuidado femenino se ha visto durante mucho tiempo como un acto de amor o una “cualidad natural” que a menudo requiere sacrificio. Cuidar bajo esta rúbrica puede significar abandonar cualquier deseo individual y subordinar las propias necesidades a las de la familia y los seres queridos.
En las últimas décadas, sin embargo, esta forma de entender y abordar el cuidado ha sido profundamente cuestionada.
La desaparición del estado del bienestar y la precariedad de los sistemas de protección han provocado una entrada masiva de las mujeres en el mercado laboral, desestabilizando el modelo clásico de “proveedor único” asociado al mundo masculino.
Al mismo tiempo, los movimientos feministas y de diversidad sexual han alzado la voz, exigiendo prácticas y políticas más equitativas, además de cuestionar los roles y estereotipos sexuales y de género que producen y normalizan la violencia, la injusticia y el sufrimiento.
Gracias a estos movimientos, ahora sabemos que el modelo de cuidado tradicional basado en roles sociales estrictos, divisiones injustas y estereotipos de género es insostenible.
Para las mujeres, asumir casi exclusivamente el trabajo de cuidado en el ámbito doméstico implica fatiga, sobrecarga y pérdida de oportunidades. Para los hombres, el cuidado asociado al control y a la responsabilidad única de proveer para la familia genera trastornos emocionales, enfermedades y la adopción de conductas de riesgo. Para hombres y mujeres, el cuidado se convierte en un peso que los limita, los aísla y los desgasta.
Como respuesta a este modelo injusto, han surgido nuevas propuestas que abogan por la promoción de “masculinidades cuidadoras”. A través de su iniciativa Promoviendo Liderazgos Juveniles para la Justicia de Género, el Fondo Mundial para la Niñez apoya organizaciones lideradas por personas jóvenes en Centroamérica que promueven masculinidades saludables e involucran a niños y hombres jóvenes en la lucha por la justicia de género.
Las masculinidades del cuidado son simplemente una invitación a que los cuidados, tanto colectivos como personales, se distribuyan equitativamente y que los hombres adopten valores como la corresponsabilidad, el apoyo integral y la empatía. Son una invitación para que los hombres nos convirtamos en “cuidadores universales” y nos involucremos activamente en la lucha por la justicia de género. Son una oportunidad para que los hombres podamos pedir y ofrecer cuidados no porque necesitemos sentirnos en control o porque sea nuestra obligación, sino porque cuidando producimos bienestar, sustentamos la vida y nos enriquecemos individualmente y como comunidad.
Bajo la lógica de las masculinidades del cuidado, cuidar es un derecho humano. Y todos debemos defenderlo.
Ejercer una masculinidad solidaria no es tarea fácil. Implica desaprender mucho de lo que nos han enseñado, romper ciclos de violencia, cuestionar las normas de género, saber pedir ayuda y asumir nuestra propia vulnerabilidad. No es fácil, pero podemos ganar mucho con este cambio. Al cuidar, podemos enriquecer nuestros vínculos con el mundo, con nosotros mismos y con los demás. Cuidar también nos permite fortalecer nuestra inteligencia emocional e identificar prácticas y políticas para garantizar y democratizar el cuidado y promover el bienestar comunitario en todos los niveles.
El cuidado es político, porque es colectivo. Porque enciende la transformación social. Y es revolucionario. Porque está comprometido con la vida y la justicia en un mundo cada vez más desigual.
En GFC hemos decidido lanzar, junto con nuestros socios locales en Centroamérica, la campaña mediática regional “Cuidar – nos hace bien” para promover formas saludables de cuidar. Creemos que distribuir el cuidado de manera equitativa y ponerlo en el centro de nuestras vidas y de nuestros proyectos es un pequeño –ya la vez enorme– paso en nuestra búsqueda continua por construir sociedades más dignas, justas y felices para todxs.
Puedes conocer más sobre la campaña aquí.
Para conocer acciones concretas para ejercer una masculinidad cuidadora, haz clic aquí.
Te invitamos a ser parte de la campaña y convertirte en un cuidador universal. Aceptas el reto?